ARTE CRISTIANO Y ARTE SACRO
Me
gusta como lo plantea Maritain en su libro Arte
y Escolástica: “El arte cristiano no
es una especie particular del género arte; (…) se define por el sujeto en quien se da y por el espíritu de donde
procede; se dice arte cristiano o
arte de cristiano como se dice arte de abeja o arte de hombre. Es el arte de la
humanidad redimida. Está plantado en el alma cristiana, al borde de las aguas
vivas, bajo el cielo de las virtudes teologales, entre los soplos de los siete
dones del Espíritu. Es natural que dé frutos cristianos. Todo le pertenece, lo
profano como lo sagrado. Hasta donde se extienda la industria y el gozo del
hombre, hasta allí extiende su dominio el arte cristiano. (…) Si queréis hacer
una obra cristiana, sed cristiano”. Es un pensamiento provocador ¿verdad?
Pero no se trata de ser cristiano al modo del fariseo, sino como el Hijo
pródigo de la parábola, que aunque sabe que no es digno, corre al encuentro del
Padre para dejarse abrazar.
Uno
de mis pintores favoritos, el beatificado Fra Ángelico, es aún más radical. La
única sentencia que se le conoce es la siguiente: “Para pintar las cosas de Cristo hay que vivir con Cristo”.
Esa
es la única clave que convierte el arte en cristiano. No hay una técnica
propia, ni un estilo, ni un sistema de reglas o un modo de hacer propio del
artista, y a pesar de todo, las obras de arte cristiano tienen un “aire de
familia”, porque pertenecen a la misma tradición.
Estas
características se acentúan en el caso del arte sacro. Fíjate que utilizo el
término “sacro”. Con frecuencia se habla indistintamente de arte sacro o de
arte cristiano, pero no se identifican. No todo el arte cristiano es sacro.
Para
evitarte confusiones voy a simplificar: el arte sacro es aquel cuyas obras se
destinan por su propia naturaleza al culto divino. En realidad, podría
afirmarse que no se diferencia sólo en el destino, sino en el carácter y la
inspiración de la obra. Tiene exigencias propias. Requiere que sea legible,
riguroso teológicamente y susceptible de producir emoción religiosa. No puede
surgir de la subjetividad aislada (en realidad, ningún arte debería
intentarlo). El arte sacro está íntimamente relacionado con la Liturgia, por eso
presupone un sujeto formado en la Iglesia y abierto al nosotros. Es así de
sencillo, y tan radical como la afirmación que realiza Ratzinger, nuestro amado
Benedicto XVI, en su publicación El
espíritu de la liturgia: “Sin fe no existe un arte adecuado a la liturgia”.
El arte no puede producirse por una exigencia, siempre es un don, como la
inspiración.
Si
quieres comprender la trascendencia del arte sacro en la vida de la Iglesia
tienes que leer la Constitución sobre la sagrada Liturgia del Concilio Vaticano
II, Sacrosanctum Concilium. En su
capítulo VII, El arte y los objetos
sagrados (puedes leerlo en apenas unos minutos porque es muy breve) el número 122 se refiere al arte sacro
como la cumbre del arte religioso y declara: (refiriéndose al arte religioso y
sacro)… “están relacionados, por su
naturaleza, con la infinita belleza divina, que se intenta expresar, de algún
modo, en las obras humanas. Y tanto más se dedican a Dios y contribuyen a su
alabanza y a su gloria cuanto más lejos están de todo propósito que no sea
colaborar lo más posible con sus obras a dirigir las almas de los hombres
piadosamente hacia Dios”.
Pero
sobre todo, me resulta imprescindible que leas la “Carta a los Artistas” de Juan Pablo II, el más lúcido “artista de
la vida” que he conocido. Te aseguro que es una auténtica joya, y sé que te
abrirá un horizonte nuevo. A pesar de su brevedad, proporciona una serie de
intuiciones geniales sobre la relación entre el arte, la fe, y la cotidianeidad
del ser humano. Te anticipo una de sus perlas (la encontrarás en el número 14):
Todo ser humano es, en cierto sentido, un
desconocido para sí mismo. Jesucristo no solamente revela a Dios, sino que
“manifiesta plenamente el hombre al propio hombre”. La cita que recoge
entre comillas pertenece a la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II. Se trata de una frase
clave, la más repetida en todo el Magisterio de Juan Pablo II. Expresa una idea
que puede cambiar la vida ¿no te parece?
Pero
no quiero dispersarme. Volviendo al arte sacro, hablar de él es hablar de
liturgia, porque ambos van indisolublemente unidos. La celebración de la fe
provoca una dinámica que conlleva una estética concreta. La propia liturgia es
la más bella de las obras de arte, que, por su misma naturaleza, exige que las
cosas destinadas al culto sagrado sean “dignas,
decorosas y bellas, signos y símbolos de las realidades celestiales” (Sacrosanctum Concilium 122).
Al
igual que la liturgia comprende varios lenguajes: verbal, visual, gestual,
procesional o musical; de modo análogo se comporta el arte sacro: “el arte sacro debe tender a darnos una
síntesis visual de todas las dimensiones de nuestra fe. El arte de Iglesia debe
procurar hablar la “lengua” de la Encarnación y expresar, con los elementos de
la materia `a Aquél que se ha dignado habitar en la materia y llevar a cabo
nuestra salvación a través de la materia´ según la bella fórmula de San Juan
Damasceno” (Juan Pablo II, Duodecimun Saeculum 11).
La
visibilidad, pues, es el lenguaje específico y omnicomprensivo del arte y la
liturgia. En ella el lenguaje gestual tiene que ser visto, ha de manifestarse
(¿sabes que esta palabra deriva de la posición expresiva de las manos?). La
Constitución Sacrosanctum Concilium alude a esta realidad: “Los mismos signos visibles que usa la
sagrada liturgia han sido escogidos por Cristo o por la Iglesia para significar
realidades divinas invisibles. (SC 33).
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario