LA PASTORAL DE LA BELLEZA
En
palabras del cardenal Ratzinger, hoy Santo Padre Benedicto XVI: “la
verdadera apología del cristianismo, la demostración más convincente de su
verdad contra todo lo que lo niega, la constituyen, por un lado, los santos, y
por otro la belleza que la fe ha generado. Para que hoy la fe se pueda
extender, tenemos que conducirnos a nosotros mismos y guiar a las personas con
las que nos encontramos al encuentro con los santos y a entrar en contacto con
lo bello” (Mensaje a los participantes en el Meeting de Rímini ;
24-30 Agosto 2002)
En
las circunstancias que hoy vivimos, estas palabras cobran una enorme
actualidad. La santidad a la que se refiere el texto no
es incompatible con la realidad del pecado, sino que la trasciende. Junto al
arte de la santidad, la contemplación de la belleza es el recurso más eficaz
para evangelizar a un pueblo cada vez más lejano a las verdades de la fe.
Porque la belleza tiene más fuerza de transformación que la metafísica y la
ética. Tiene el poder de dignificar la vida de
las personas. Por supuesto, no se trata de recurrir a un mero esteticismo, sino
de subyugar con una belleza que constituye una forma superior de conocimiento,
porque remite a la belleza de Cristo.
La historia de la conversión del célebre diplomático y poeta Paul Claudel supone un precioso testimonio de esta realidad. Al atardecer de un día de Navidad de 1868, Claudel acudió al rezo de vísperas en la Catedral de Notre - Dame de París. Su intención no era en absoluto religiosa, sino la de sumergirse en el cálido ambiente de la música sacra navideña. Sin embargo, él mismo confesó que su agnosticismo se vio repentinamente envuelto en la belleza de la música y de aquellas paredes, y que a partir de entonces supo que su único hogar era la Iglesia.
Podemos hablar de una pastoral de la belleza que la Iglesia, quizá sin expresarlo de ese modo, ha desarrollado desde las catacumbas. La fe es generadora de cultura y de arte. Es cierto que el Antiguo Testamento prohibía la representación de imágenes, pero con la aparición de Cristo en el mundo, Dios responde a la necesidad que tiene el hombre de palpar su presencia. Cristo es la visibilidad del Dios invisible, por eso la Encarnación constituye la mejor apología de la representatividad de lo divino.
Permíteme compartir contigo una inquietud: mostrar esa Belleza a los hombres es una tarea urgente. ¿Habrá muchos cristianos que sepan hacerlo? No me cabe duda de que es la belleza de la vida del cristiano la que hace posible la esperanza de los hombres. Una belleza que coincide con el amor a la vida, con la búsqueda de la verdad, con la pasión por la libertad, con una esperanza fundada en un Hecho presente que nos hace mirar hacia el futuro sin temor. Sin partir de todo esto no es posible hablar del verdadero arte.
Me impresiona la lucidez de estas palabras del Cardenal Danneels, arzobispo de Bruselas, afirmadas durante el Jubileo de Artistas del 2000 en Roma: “Me pregunto si la belleza no es el camino por excelencia para encontrar a Dios. Dios es evidentemente, verdad, bondad y belleza. Aunque si Dios es verdad, no creo que nuestros contemporáneos, entren fácilmente por este camino (…) ¿Qué es la verdad? Somos todos pequeños Pilatos que se preguntan esto. La verdad no interesa en primer lugar, es inaccesible, y cuando alguno la encuentra es sospechoso de ser pretencioso y arrogante. Ahora, llegar a Dios a través de la puerta de lo bueno y del bien hoy es más difícil: si Dios es bueno, incluso eso es demasiado bueno para mí. No soy capaz de hacer el bien, y la ética es una puerta difícil para tener acceso a Dios en nuestros días. Estamos profundamente convencidos por la experiencia, y también un poco por miedo, que somos incapaces de vivir ética y moralmente. Un Dios perfecto nos desanima y un Dios verdadero nos sobrepasa. Pero si entramos por la puerta de la Belleza, cae toda resistencia. Probad con los jóvenes. Habladles de Dios como fuente de lo verdadero, de la gran verdad: todos duermen. Habladles de Dios como ejemplo de moralidad: se ponen de mal humor. Pero mostradles que Dios es belleza, en su Biblia, en su creación, en el hombre, en la pareja, en Jesús, en las obras de arte, en la historia del arte, en los iconos, en el arte del Renacimiento, en las pequeñas iglesias románicas, mostradles la belleza de Dios diciendo que él es la belleza misma, no afirmo que se convertirán todos, pero al menos no habrá resistencia”.
¿No te parece que esta reflexión es rotundamente certera?, ¿no es verdad que la obra de arte tiene algo que no muere, que es capaz de hacer al hombre mirar al Cielo?
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