La resistencia inicial
El arte, tal como hoy lo entendemos, no formaba parte de los planes de estos apóstoles que habían renunciado a todo cuanto tenían para predicar a Cristo resucitado. De hecho, el arte paleocristiano empieza siendo un arte “signitivo”, es decir, que comunica una información, sin más pretensiones. Podría comprenderse mejor si en vez de concebirlo como arte lo entendiésemos como un lenguaje clandestino. El único centro del primer arte cristiano era Cristo, la expresión de su misión y de su Persona. Quizá precisamente por eso, estaba dotado de un singular valor artístico, pero también documental, catequético y didascálico.
Muchos estudiosos, como Plazaola, apuntan que este desinterés de los primeros cristianos por el arte se debía a la herencia judía. No podemos olvidar que estas eran las raíces de las que surge el cristianismo. Es más, no sólo es que el cristianismo herede la tradición judía, sino que brota de ella como del suelo materno. Dios eligió hacerse carne de una mujer hebrea, en una tierra concreta: Palestina. Jesús era judío; un buen judío, fiel a la tradición.
Pero si
quieres saber mi opinión, a mi no me parece que los primeros cristianos
tardasen en crear expresiones artísticas exclusivamente por influencia judía.
Más bien imagino que estaban demasiado ocupados. Sobre todo al principio, la
prioridad era contar lo que había pasado, testimoniarlo de palabra y con su vida, anunciar la "Buena Noticia".
Es fácil seguir lo que sucedió leyendo los Hechos de los apóstoles.
Efectivamente,
la tradición judía es anicónica, y se resiste a la representación figurativa.
El segundo precepto del Decálogo decía: No
te harás escultura ni imagen alguna de cuanto hay arriba en el cielo ni de lo
que hay abajo en la tierra ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra (Ex
20,4). Sin embargo, todo cobraba un nuevo sentido a la luz de la Encarnación.
En cualquier caso, si la tradición judía recelaba de las representaciones
figurativas, el rechazo debió ser más radical en el caso de la escultura, que
parecía prestarse más al culto idolátrico.
El
Evangelio nunca pretendió suprimir la ley de Moisés. Y estaba claro que existía
un veto a las imágenes. Bien es verdad que, profundizando en el precepto, la
prohibición se restringía a las imágenes destinadas a ser adoradas, y de hecho
existía un comercio de imaginería. También estaban los testimonios bíblicos de
la serpiente de bronce de Moisés, o los ángeles de oro del Arca de la Alianza,
pero estos no se prestaban a la idolatría. En cualquier caso, sin duda había
una sensibilidad recelosa ante las representaciones figurativas, y muchos
pensadores así lo manifestaban. Entre ellos hay figuras del renombre de
Taciano, Tertuliano, Clemente de Alejandría e incluso Orígenes. Además, las
actas del Concilio de Elvira, celebrado en Granada hacia el año 300, recogían
en el canon 36 la prohibición de pintar en las iglesias.
Sea
cual sea la causa, la realidad es que no nos ha llegado escultura alguna de los
cristianos de los tres primeros siglos. Amén del sorprendente silencio en la
literatura pastoral y catequética de los primeros Padres de la Iglesia.
Las primeras imágenes fruto de la fe
Durante
los primeros años del cristianismo, podría haberse asegurado que el
cristianismo acabaría liquidando la escultura exenta. Sin embargo,
la historia pronto mostraría que, muy al contrario, la vida cristiana supuso un
soplo de aire fresco que renovó para siempre la expresión artística.
Es
cierto que, al principio, el temor a caer en la idolatría restringió la
creación escultórica. Los relieves funerarios serán los que acaparen el interés
de los artistas hasta el inicio del siglo V. Sin embargo, con la era
constantiniana surge un cambio que invadirá paulatinamente el arte. Con la paz,
se va incorporando una nueva sensibilidad que tendrá su equivalente
iconográfico. El peligro de idolatría se va haciendo más remoto y el uso de las
imágenes se difunde sin dificultades por todas las comunidades cristianas. De
todas formas, como siempre sucede, habrá discusión. Todavía a
finales del siglo IV San Epifanio de Salamina afirmará que las pinturas de
Cristo van contra el cristianismo; pero ya a comienzos del siglo V la mayoría
de los Santos Padres se refieren a las imágenes sin rechazo alguno. Aún así,
una cosa es el uso de las imágenes y otra su culto.
Será más fácil la expansión del arte cristiano en el ámbito pictórico. Concretamente, el mayor desarrollo se produce en pintura mural, en las catacumbas. En las paredes de estas oscuras galerías, altas
y estrechas, fue donde nació el primer arte cristiano. En principio se trataba
de un arte sencillo e ingenuo, de carácter simbólico. El origen del culto
cristiano, como hemos visto, fue doméstico; de ahí que estas pinturas imitasen
la decoración doméstica romana. Las imágenes esbozadas constituían, más que una
catequesis, una plegaria. Utilizaban algunos símbolos que no obedecían a
ninguna tradición concreta, pero que poseían un significado propio de la nueva
fe, a veces como un lenguaje en clave.
Por ejemplo, el símbolo del pez
surgió porque el acróstico de este término en griego coincidía con las siglas
de Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador.
Además, portaba un sentido bautismal y eucarístico, ya que para el judaísmo
significaba el banquete mesiánico. La proliferación iconográfica fue enorme, en principio estrictamente simbólica, pero evolucionando cada vez más hacia el ámbito figurativo. Por otra parte, es sorprendente que a pesar de que el arte cristiano amanece en un contexto de terrible persecución, sin embargo, la plástica de estos siglos no alude a los padecimientos, sino que muestra imágenes simbólicas que transmiten la esperanza, la libertad y el amor por la vida.
Con todo, habrá que esperar al siglo VI para encontrar
testimonios que garanticen la existencia del culto a las imágenes de Cristo, la
Virgen y los santos. A finales de esta centuria Leoncio, el Obispo de Neápolis
(Chipre), defiende a los cristianos frente a las acusaciones de idólatras y
traza las primeras líneas de una teología del culto a la cruz y a las imágenes.
Por la misma época, San Gregorio Magno corrige a Sereno, el Obispo de Marsella
por destruir algunas imágenes por miedo a que el pueblo cayese en la idolatría.
Cito un párrafo de su carta que me parece especialmente expresivo: Una cosa es adorar las imágenes, y otra
distinta venir en conocimiento, por medio de ellas, de lo que se ha de adorar.
Lo que la escritura es para el lector, eso mismo es la imagen para quienes no
saben leer. No cabe duda de que no es desacertado elevarse por lo visible a lo
invisible. (Epistola 11, Ad Serenum;
PL 77, 1128).
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