lunes, 23 de enero de 2012

LA LUCHA DE LA IGLESIA POR LA LEGITIMIDAD DE LAS IMÁGENES



La resistencia inicial

El arte, tal como hoy lo entendemos, no formaba parte de los planes de estos apóstoles que habían renunciado a todo cuanto tenían para predicar a Cristo resucitado. De hecho, el arte paleocristiano empieza siendo un arte “signitivo”, es decir, que comunica una información, sin más pretensiones. Podría comprenderse mejor si en vez de concebirlo como arte lo entendiésemos como un lenguaje clandestino. El único centro del primer arte cristiano era Cristo, la expresión de su misión y de su Persona. Quizá precisamente por eso, estaba dotado de un singular valor artístico, pero también documental, catequético y didascálico.

Muchos estudiosos, como Plazaola, apuntan que este desinterés de los primeros cristianos por el arte se debía a la herencia judía. No podemos olvidar que estas eran las raíces de las que surge el cristianismo. Es más, no sólo es que el cristianismo herede la tradición judía, sino que brota de ella como del suelo materno. Dios eligió hacerse carne de una mujer hebrea, en una tierra concreta: Palestina. Jesús era judío; un buen judío, fiel a la tradición.

Pero si quieres saber mi opinión, a mi no me parece que los primeros cristianos tardasen en crear expresiones artísticas exclusivamente por influencia judía. Más bien imagino que estaban demasiado ocupados. Sobre todo al principio, la prioridad era contar lo que había pasado, testimoniarlo de palabra y con su vida, anunciar la "Buena Noticia". Es fácil seguir lo que sucedió leyendo los Hechos de los apóstoles.
Efectivamente, la tradición judía es anicónica, y se resiste a la representación figurativa. El segundo precepto del Decálogo decía: No te harás escultura ni imagen alguna de cuanto hay arriba en el cielo ni de lo que hay abajo en la tierra ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra (Ex 20,4). Sin embargo, todo cobraba un nuevo sentido a la luz de la Encarnación. En cualquier caso, si la tradición judía recelaba de las representaciones figurativas, el rechazo debió ser más radical en el caso de la escultura, que parecía prestarse más al culto idolátrico.
El Evangelio nunca pretendió suprimir la ley de Moisés. Y estaba claro que existía un veto a las imágenes. Bien es verdad que, profundizando en el precepto, la prohibición se restringía a las imágenes destinadas a ser adoradas, y de hecho existía un comercio de imaginería. También estaban los testimonios bíblicos de la serpiente de bronce de Moisés, o los ángeles de oro del Arca de la Alianza, pero estos no se prestaban a la idolatría. En cualquier caso, sin duda había una sensibilidad recelosa ante las representaciones figurativas, y muchos pensadores así lo manifestaban. Entre ellos hay figuras del renombre de Taciano, Tertuliano, Clemente de Alejandría e incluso Orígenes. Además, las actas del Concilio de Elvira, celebrado en Granada hacia el año 300, recogían en el canon 36 la prohibición de pintar en las iglesias.
Efectivamente, la tradición judía es anicónica, y se resiste a la representación figurativa. El segundo precepto del Decálogo decía: No te harás escultura ni imagen alguna de cuanto hay arriba en el cielo ni de lo que hay abajo en la tierra ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra (Ex 20,4). Sin embargo, todo cobraba un nuevo sentido a la luz de la Encarnación. En cualquier caso, si la tradición judía recelaba de las representaciones figurativas, el rechazo debió ser más radical en el caso de la escultura, que parecía prestarse más al culto idolátrico.
Sea cual sea la causa, la realidad es que no nos ha llegado escultura alguna de los cristianos de los tres primeros siglos. Amén del sorprendente silencio en la literatura pastoral y catequética de los primeros Padres de la Iglesia.

Las primeras imágenes fruto de la fe

Durante los primeros años del cristianismo, podría haberse asegurado que el cristianismo acabaría liquidando la escultura exenta. Sin embargo, la historia pronto mostraría que, muy al contrario, la vida cristiana supuso un soplo de aire fresco que renovó para siempre la expresión artística.


Es cierto que, al principio, el temor a caer en la idolatría restringió la creación escultórica. Los relieves funerarios serán los que acaparen el interés de los artistas hasta el inicio del siglo V. Sin embargo, con la era constantiniana surge un cambio que invadirá paulatinamente el arte. Con la paz, se va incorporando una nueva sensibilidad que tendrá su equivalente iconográfico. El peligro de idolatría se va haciendo más remoto y el uso de las imágenes se difunde sin dificultades por todas las comunidades cristianas. De todas formas, como siempre sucede, habrá discusión. Todavía a finales del siglo IV San Epifanio de Salamina afirmará que las pinturas de Cristo van contra el cristianismo; pero ya a comienzos del siglo V la mayoría de los Santos Padres se refieren a las imágenes sin rechazo alguno. Aún así, una cosa es el uso de las imágenes y otra su culto.
Será más fácil la expansión del arte cristiano en el ámbito pictórico. Concretamente, el mayor desarrollo se produce en pintura mural, en las catacumbas. En las paredes de estas oscuras galerías, altas y estrechas, fue donde nació el primer arte cristiano. En principio se trataba de un arte sencillo e ingenuo, de carácter simbólico. El origen del culto cristiano, como hemos visto, fue doméstico; de ahí que estas pinturas imitasen la decoración doméstica romana. Las imágenes esbozadas constituían, más que una catequesis, una plegaria. Utilizaban algunos símbolos que no obedecían a ninguna tradición concreta, pero que poseían un significado propio de la nueva fe, a veces como un lenguaje en clave. Por ejemplo, el símbolo del pez surgió porque el acróstico de este término en griego coincidía con las siglas de Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador. Además, portaba un sentido bautismal y eucarístico, ya que para el judaísmo significaba el banquete mesiánico. La proliferación iconográfica fue enorme, en principio estrictamente simbólica, pero evolucionando cada vez más hacia el ámbito figurativo. Por otra parte, es sorprendente que a pesar de que el arte cristiano amanece en un contexto de terrible persecución, sin embargo, la plástica de estos siglos no alude a los padecimientos, sino que muestra imágenes simbólicas que transmiten la esperanza, la libertad y el amor por la vida.
Con todo, habrá que esperar al siglo VI para encontrar testimonios que garanticen la existencia del culto a las imágenes de Cristo, la Virgen y los santos. A finales de esta centuria Leoncio, el Obispo de Neápolis (Chipre), defiende a los cristianos frente a las acusaciones de idólatras y traza las primeras líneas de una teología del culto a la cruz y a las imágenes. Por la misma época, San Gregorio Magno corrige a Sereno, el Obispo de Marsella por destruir algunas imágenes por miedo a que el pueblo cayese en la idolatría. Cito un párrafo de su carta que me parece especialmente expresivo: Una cosa es adorar las imágenes, y otra distinta venir en conocimiento, por medio de ellas, de lo que se ha de adorar. Lo que la escritura es para el lector, eso mismo es la imagen para quienes no saben leer. No cabe duda de que no es desacertado elevarse por lo visible a lo invisible. (Epistola 11, Ad Serenum; PL 77, 1128).

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