lunes, 23 de enero de 2012

LOS ORÍGENES DE LA ARQUITECTURA CRISTIANA



        LOS ORÍGENES DE LA ARQUITECTURA CRISTIANA



Comenzando la historia por su origen, los primeros cristianos de Palestina no necesitaron construir templos. Acudían para rezar y escuchar la Palabra a las sinagogas y al templo de Jerusalén. La nueva fe no suponía una ruptura con la promesa hecha a Abraham. La Antigua Alianza no se había desechado, sino que había sido asumida por una Alianza Nueva de la que Cristo era el garante. Al igual que el Nuevo Testamento no sólo supone el Antiguo, sino que nace de él.

            Sólo existía una novedad radical que parecía exigir un espacio propio: la celebración de lo que llamaban “fracción del pan”: la Eucaristía. Aunque al principio, ésta tampoco les impuso la necesidad de realizar construcciones. Se reunían en casas cedidas por cualquier cristiano, con una mesa como altar, como había sido en aquella Última Cena que resultó ser la Primera Eucaristía. Los Hechos de los Apóstoles lo atestiguan: “todos los días acudían al Templo con un mismo Espíritu, partían el pan en las casas y comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hch 2, 46).

            A estas reuniones litúrgicas en las casas se las conocía como “ecclesia doméstica”. Poco a poco, el término “ecclesia” (del griego “ek-kaleo” que significa “convocar”) se utilizó también para denominar el edificio que albergaba las reuniones. De ahí la ambivalencia actual del término, donde “iglesia” se refiere tanto al grupo de los fieles como al recinto que los acoge. De un modo precioso, el Concilio Vaticano II ha atribuido el término de “iglesia doméstica” a las familias cristianas, cuya casa y cuya vida se convierte en un lugar donde se respira el Evangelio.

Pero ni siquiera encontrar una vivienda apropiada para el culto era una exigencia para los primeros cristianos. Cualquier otro lugar les parecía adecuado, como recoge un texto de San Dionisio Alejandrino: “siendo nosotros los únicos que fuimos perseguidos y oprimidos, no dejamos de celebrar nuestros días festivos. Y cualquier lugar, el campo, el desierto, un navío, un establo, una cárcel, servía como templo para celebrar la asamblea sagrada (Cit. Por Eusebio. Historia Eclesiástica VIII, 12: PG 20, 688).

            No puedes olvidar que estamos en tiempos de persecución. Al menos en el primer siglo, era impensable levantar una edificación para dar culto a un ejecutado por la justicia romana. Y en realidad, tampoco la necesitaban. Se trataba de una comunidad de personas que se reunían para comer el Cuerpo y la Sangre del Resucitado. A pesar de vivir continuamente amenazados, el hecho de celebrar ese Misterio sagrado en cualquier lugar suponía un gesto de libertad inusitada capaz de transformar la faz de la tierra.

            Déjame pensar. Tal vez es posible que en estos siglos sí existiese alguna construcción para el culto cristiano. ¿No te parece probable que algún cristiano con recursos económicos hiciese edificar una casa apropiada para la celebración eucarística? Es lo que parece indicar la excavación arqueológica de Dura-Europos (Irak), donde ha aparecido un complejo de capilla, patio y baptisterio del siglo III asociado a una vivienda. Es lo que se conoce como “Domus Ecclesiae”. La importancia de este conjunto merece que nos detengamos un poco en ella. Dura-Europos era una ciudad helenística de Siria en el año 113 a.C. cuando fue conquistada por los persas. En el año 165 d.C. pasó a dominio romano, en el que permaneció hasta su destrucción en el año 256 por los persas. Hacia el año 232 se construyó una casa privada que en unos diez años pasó a manos de una comunidad cristiana que la reformó para adaptarla al servicio de la iglesia. Disponía de una sala para el culto eucarístico, diversas habitaciones, un almacén de alimentos y vestidos, y un baptisterio, quizá el más antiguo de la cristiandad, con pinturas de gran valor.

            Caso parecido es el de los famosos “Titulus” de Roma o Pompeya, recintos cuyos propietarios acabaron dedicando exclusivamente para las celebraciones de las comunidades cristianas. Solían ser mansiones amplias compuestas por un vestibulum, un atrium donde se encontraba el lararium (una especie de oratorio),un tablinum o sala de recepción y el triclinium o comedor. Esta distribución se adaptó con facilidad a las necesidades del culto cristiano. Los expertos concluyen que el atrium y el tablinum servían para la lectura de la Palabra y la oración en común, y el triclinium para la cena eucarística.

Ya en el siglo III hay constancia de que los cristianos construyeron basílicas para sus celebraciones. Eran las llamadas “Domus Dei”. La Crónica de Edesa, del 540, describe con multitud de datos una inundación del año 201 en el que se destruyó “el templo de la iglesia cristiana”. Desde la muerte de Septimio Severo hasta la de Felipe el Arabe (211-249) hubo un periodo de tolerancia que favoreció el nacimiento de la primera arquitectura cristiana. Además de la paz concedida a los cristianos por el emperador Galieno (260). Pero esta situación iba a durar escaso tiempo. Con la sangrienta persecución de Diocleciano y el edicto de febrero del 303 se ordena la destrucción de las iglesias cristianas, por eso no nos han llegado restos de ninguna de ellas. Un texto de Lactancio testifica con detalle el fin de la basílica de Nicomedia: Vinieron por tanto los pretorianos en escuadrón formado, con hachas y otros instrumentos de hierro, y, puestos a la obra, en pocas horas derribaron hasta el suelo aquel elevado templo… Al día siguiente se publicaba el edicto que disponía que cuantos pertenecieran a aquella Religión fueran despojados de todo honor y dignidad (De mortibus persecutorum, XII: PL 7, 213).

Me temo que no voy a poder darte muchos datos de la estructura y configuración de estas basílicas. Las fuentes literarias no nos proporcionan detalles al respecto. De la arqueología podemos extraer algunas conclusiones, aunque en la interpretación de los hallazgos existe diversidad de opiniones. Mientras unos buscan su origen en la vivienda romana, otros en la basílica civil. No me parece extraño que intervinieran ambas. Era fácil que retomasen el modelo basilical por su monumentalidad, su bella columnata interior o la forma de sus cubiertas. Sin embargo, adoptarían el atrium de las casas romanas. También es probable que, en cuanto a los ábsides, se inspirasen en las exedras civiles y otros lugares de reunión social.

En cualquier caso, contamos con dos modelos de edificaciones en el siglo III. Por un lado, una basílica de planta rectangular dividida en tres naves por hileras de columnas, con un nicho semicircular en la cabecera. Por otro, el martyrium, una construcción de planta centrada dedicada a la memoria de un mártir y erigida sobre el lugar de su muerte. ¿Sabes? Este tipo de edificación fue el origen de la basílica de San Pedro en el Vaticano; conmueve el testimonio escrito de un presbítero, Gaius, que en el año 200 estuvo ante el martyrium de Pedro.

Hasta aquí, los testimonios de historiadores y arqueólogos. Pero permíteme exponerte la reflexión de un teólogo que aporta mucha lucidez. Se trata nada menos que de Ratzinger, hoy Benedicto XVI. En su obra El espíritu de la liturgia, siguiendo a Bouyer Baracaldo, afirma que el templo cristiano nace en continuidad con la sinagoga, tanto en su configuración arquitectónica como cultual, para después adquirir su especificidad por la comunión con Jesucristo. La sinagoga contaba con dos puntos neurálgicos: la cátedra de Moisés, desde la que Dios hablaba a través del rabino, y el Sancta Santorum, el lugar más sagrado, inicialmente sólo ocupado por el Arca de la Alianza. Esta constituía una especie de trono en el que se posaba la shekiná, la nube de la presencia de Dios. Pero el Arca se perdió durante el exilio y el Santo de los Santos quedó vacío, convirtiéndose en un lugar de espera, de esperanza en que Dios mismo restaurase su trono. Tras la pérdida del Arca, la urna con los rollos de la Torá pasó a ocupar su lugar, protegida por un velo y acompañada por la Menorah, el candelabro de siete brazos. Del mismo modo, con la destrucción del templo de Jerusalén, la mirada del pueblo judío se volvió hacia aquella tierra. Si el Santo de los Santos vacío expresó la esperanza, ahora el templo destruido es el que espera el regreso de la shekiná. Quien ha tenido la oportunidad de acudir al Muro de las Lamentaciones, se habrá conmovido al ver al pueblo judío llorando por la pérdida de su templo. Yo he sido testigo, y te aseguro que es un espectáculo impresionante de fe y esperanza.

De la presencia de Cristo en la tierra resultan tres innovaciones que, partiendo de este modelo, le otorgan un nuevo sentido. La sinagoga no había creado una estética propia, más bien había adaptado el modelo basilical, pero orientada nostálgicamente al templo de Jerusalén. También los primeros templos cristianos siguieron el mismo modelo, pero en vez de dirigirse hacia Jerusalén, la orientación se cambió hacia el este, mirando al sol naciente, imagen de Cristo. No se conoce el origen de ese cambio, pero es una tradición apostólica que desde épocas muy tempranas caracterizó la arquitectura cristiana. No se trata de un culto al sol, como se ha afirmado, sino de contemplar el modo en el que el cosmos habla de Cristo. Si el templo de piedra simboliza la esperanza de los judíos, los cristianos sabemos que Cristo es el lugar de la shekiná, el trono vivo de Dios.

Una segunda novedad frente a la sinagoga irrumpirá con la aparición del altar sobre el que se celebrará el sacrificio eucarístico, junto al muro oriental. Este altar no sólo mira hacia el Oriente, sino que también forma parte de él. Había surgido un nuevo centro de gravedad. Como aún sucede hoy, el altar es el lugar del cielo abierto, sobre el que converge el universo.

Como tercera novedad, a la Torá no sólo se añaden los Evangelios, sino que se constituyen en la clave necesaria para comprender verdaderamente la Torá, el Antiguo Testamento. Así, de la cátedra de Moisés se pasó a la silla del Obispo o a la sede del sacerdote. No sé si te has dado cuenta de un detalle, en las liturgias actuales más solemnes todavía se repite un rito propio de las más primitivas iglesias cristianas, las de Siria. Se trata de la entronización del libro de los Evangelios. Este gesto no sólo expresa la dignidad de la Sagrada Escritura, sino que responde a una costumbre derivada de la persecución de Diocleciano. En aquella época sangrienta, los funcionarios imperiales cumplían estrictamente las órdenes de apoderarse de las Sagradas Escrituras que encontrasen, por lo cual los cristianos las escondían en lugares secretos y sólo se exponían al público en sus liturgias.

 Concluyendo, la estructura de la iglesia cristiana primitiva tiene dos lugares litúrgicos: el de la liturgia de la Palabra, en el centro del espacio, en el que se encontraba el trono del Evangelio, la silla del Obispo y el ambón. En segundo lugar, el  sacrificio eucarístico se celebraba en el ábside, junto al altar que mira al Oriente, rodeado por los fieles a los que, también como una novedad aportada por el cristianismo, se incorporan las mujeres.

Sorprendentemente, comprobarás que a lo largo de más de veinte siglos, la Iglesia ha sido fiel a esta disposición inicial y hoy encontramos en nuestras asambleas una estructura con escasas variantes.

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