viernes, 3 de febrero de 2012

Capilla de los Scrovegni de Giotto





                                  ABRAZADOS POR LO SACRO
                            La Capilla de los Scrovegni de Giotto


En la Capilla de los Scrovegni, la obra cumbre de Giotto, el pincel se convierte en testigo de la relación incesante de Dios con el hombre. Sus imágenes describen mejor que cualquier tratado teológico la pasión de Dios por su criatura, el deseo de correr a su encuentro para redimirlo.

Ante una secuencia casi cinematográfica de 103 escenas bíblicas, el espectador es invitado a dejarse abrazar por el Misterio y a saborear en un clima cuaresmal la propia historia de salvación.

Realidad y Unidad


         Para un hombre medieval, la realidad era siempre y ante todo una realidad religiosa. En ese contexto, la pintura de Giotto se fundaba en la realidad e ilustraba la unidad metafísica que presidía toda la vida singular y coral, eclesiástica y civil, de la Edad Media.

         Si hay jerarquía entre Dios, hombre y naturaleza, nunca sucede con daño de la unidad. La relación religiosa es siempre relación unitaria. Por esta razón, la pintura giottesca es unitaria porque es religiosa y a la inversa. No basta reconocer una unidad estética, formal. En Giotto, la unidad es, a la vez, condición y resultante de su pintura.

         Exactamente como la poesía de Dante, que nace, vive y es inmortal según una unidad en la que Dios y el hombre se mantienen en relación incesante. De ahí que la poesía de Dante y la pintura de Giotto sean hermanas e íntegramente cristianas.

         Es frecuente encontrar afirmaciones que sitúan el arte de Giotto al margen de la Edad Media y destinado al humanismo y a los estandartes no sacros del Renacimiento. De hecho es evidente que, en el terreno formal, sustituyó bizantinismos y goticismos e inauguró un naturalismo que se anticipaba a su tiempo.

         Sin embargo, la pintura de Giotto es medieval y franciscana, y eso no supone una disminución, sino al contrario, es el camino más directo para reconocer su modernidad. Una modernidad que se plasma en el modo en el que, sin renunciar a la sacralidad del icono, la figura lo suplanta. Si el icono bizantino era hierático y estático, los personajes de Giotto son criaturas vivas que gozan de la identidad entre realidad y verdad.

         Es cierto que el trabajo de un artista es inútil si no se encarna en una forma, si no se estructura en un lenguaje y un estilo; pero la ética precede siempre a la poética, y en Giotto, como en los demás artistas medievales, esta precedencia era natural, provenía  por igual del corazón y de la inteligencia, se respiraba en el aire; constituía un cruce sublime entre la Gracia y el oficio. Por esta razón, si no se comprende la visión religiosa de Giotto, no puede interpretarse su realización artística.

Conviene subrayar un hecho. En apenas cincuenta años, y sin movernos de Italia, se produjeron tres “summae”: la filosófica de Tomás de Aquino, la poética de Dante y la pictórica de Giotto. O quizá sería mejor decir: una única “summa” en tres dimensiones.

La grandeza de Giotto tiene mucho que ver con esta pertenencia a un pueblo. Como intuía Van Gogh: “Giotto vivía inmerso en una civilización construida arquitectónicamente, en la que cada individuo era una piedra y todos unidos formaban una sociedad monumental. En cambio, nosotros vivimos en un anárquico abandono; estamos aislados”.

Apelar a la misericordia

En 1303 se puso la primera piedra de la Capilla Scrovegni, llamada también de la Arena por su proximidad al anfiteatro romano. Se trataba de un terreno comprado por Enrico degli Scrovegni para construir un palacio (hoy desaparecido) y la capilla anexa, que fue consagrada dos años después.

La Capilla, dedicada a la Virgen de la Anunciación, se concibió como obra de expiación, destinada a contrarrestar los pecados de usura atribuidos al padre de Enrico, que le granjearon su inclusión en el infierno de la Divina Comedia de Dante. Desde su mismo origen, el edificio constituía una súplica de misericordia, y sus paredes estaban repletas de narraciones que se erigían en su más bella proclamación. Subrayando esa necesidad de redención, Benedicto XI concedió una indulgencia a los visitantes de la Capilla.

La Capilla está completamente cubierta por frescos que recorren toda la historia de la salvación, ejecutados entre 1304 y 1306. Bajo una bóveda estrellada de un azul intenso se articulan las historias de San Joaquín y Santa Ana, de la Virgen y de Jesús, que culminan con la representación del Juicio Universal. Recuperando la tradición paleocristiana, Giotto introduce las alegorías de las siete Virtudes y los siete Vicios situándolos en posiciones contrapuestas.

Alumno de la naturaleza creada.

El cristianismo no es una doctrina, ni una filosofía, ni una moral, sino el encuentro salvador con Cristo, Hijo de Dios. Un acontecimiento que también cambió la historia de la pintura.

La certeza de la encarnación provoca la pasión por la realidad, por lo natural, por lo tangible. Por eso la pintura cristiana tiene la capacidad de hacer concreto lo abstracto, de traducir lo sacro, pero también de divinizar lo humano.

En la pintura de Giotto puede percibirse la sacralidad de la realidad y la cercanía de lo divino. Los personajes de la Historia Sagrada cobran una extraordinaria corporeidad; el pintor los dotaba de rasgos humanos que resultaban muy verosímiles, aproximando la Divinidad a la cotidianeidad.

Sus contemporáneos lo llamaban el alumno de la Naturaleza, del Creador. Quizá esa devoción por la Naturaleza la había desarrollado desde su infancia, transcurrida entre tierra cultivada y ganado que él mismo pastoreaba de niño; seguramente aquel contacto le había mostrado una belleza concreta que merecía ser representada como el ambiente de los episodios evangélicos.

Tal era la necesidad de naturalidad del pintor que, en su afán por llevar a su pintura cuanto formaba parte de su entorno, recreó la estrella de Belén de su Adoración de los pastores representando una aparición del cometa Halley coetánea a la realización del fresco.

Las recientes restauraciones desarrolladas en la Capilla han descubierto algunos “atrevimientos” técnicos que insisten en este empeño por acercar la realidad a sus frescos, como la introducción de pequeños fragmentos de espejo en algunas aureolas de manera que reflejasen la luz, dotándolas así de una sacralidad más tangible.

Todo esto revela una necesidad de enfatizar la naturaleza humana de Cristo y, a la vez, de posibilitar la identificación del fiel con los personajes sagrados. En Huida a Egipto consigue convertir al espectador en partícipe de una historia humana muy cercana, incluso al introducir las vestimentas típicas de la gente popular de principios del siglo XIV, o el arnés con que María sujeta a su Hijo; una narración que implica en una escena plenamente familiar, sencilla, y a la vez de una grandeza que impone al hombre la serenidad y la trascendencia.

Gestos que evangelizan


Sin menoscabo de su fidelidad a la tradición, Giotto rompió con el convencionalismo bizantino, con el hieratismo en los rostros, aproximándose a un mayor dramatismo, a una representación más vital de los hechos. Conmueve contemplar la angustia de las madres a las que les son arrebatados sus hijos en La matanza de los inocentes. Ningún pintor hasta entonces había sabido captar el verismo en las expresiones de un modo tan convincente.

Los rostros giottescos transmiten una ligereza sin precedentes, un arte que expresa lo divino y lo humano de una forma nueva. Los gestos que recoge (las manos cruzadas sobre el pecho, el sobrecogimiento de los rostros, las manos elocuentes...) transmiten el testimonio de una fe vivida que nunca deja indiferente al espectador.

Giotto, con una particular maestría, sabía dotar los rostros de gestos muy expresivos, asociando incluso los paisajes a los sentimientos de los personajes. En Lamentación sobre Cristo muerto parecen oírse los gritos de dolor de los ángeles, el árbol no tiene ni una sola hoja, no hay un hilo de hierba sobre la montaña rocosa, ni siquiera aparece el sol.

Es impresionante el modo en que crecen en expresividad las figuras de Giotto al acercarse al detalle, la ternura que se desprende de cada perfil, la intensidad de las miradas, la atención esmerada a las indumentarias, su afectuosa solicitud a cada pequeño fragmento de sus composiciones.

Si el tiempo cuaresmal invita a la contemplación, a paladear la belleza de la redención, la Capilla de los Scrovegni constituye una ocasión  privilegiada para adentrarse en los Misterios de la historia de la salvación, para escudriñar la propia historia, que, para todo cristiano, es una historia de misericordia.

                                                                                       Revista Primer Día nº 36. Marzo 03

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