ABRAZADOS
POR LO SACRO
La Capilla de los Scrovegni
de Giotto
En la Capilla de los
Scrovegni, la obra cumbre de Giotto, el pincel se convierte en testigo de la
relación incesante de Dios con el hombre. Sus imágenes describen mejor que
cualquier tratado teológico la pasión de Dios por su criatura, el deseo de
correr a su encuentro para redimirlo.
Ante una secuencia casi
cinematográfica de 103 escenas bíblicas, el espectador es invitado a dejarse
abrazar por el Misterio y a saborear en un clima cuaresmal la propia historia
de salvación.
Realidad y Unidad
Para un hombre medieval, la
realidad era siempre y ante todo una realidad religiosa. En ese contexto, la
pintura de Giotto se fundaba en la realidad e ilustraba la unidad metafísica
que presidía toda la vida singular y coral, eclesiástica y civil, de la Edad Media.
Si hay
jerarquía entre Dios, hombre y naturaleza, nunca sucede con daño de la unidad. La
relación religiosa es siempre relación unitaria. Por esta razón, la pintura
giottesca es unitaria porque es religiosa y a la inversa. No basta
reconocer una unidad estética, formal. En Giotto, la unidad es, a la vez,
condición y resultante de su pintura.
Exactamente
como la poesía de Dante, que nace, vive y es inmortal según una unidad en la que Dios y el hombre se
mantienen en relación incesante. De ahí que la poesía de Dante y la pintura de
Giotto sean hermanas e íntegramente cristianas.
Es
frecuente encontrar afirmaciones que sitúan el arte de Giotto al margen de la Edad Media y destinado
al humanismo y a los estandartes no sacros del Renacimiento. De hecho es
evidente que, en el terreno formal, sustituyó bizantinismos y goticismos e
inauguró un naturalismo que se anticipaba a su tiempo.
Sin
embargo, la pintura de Giotto es medieval y franciscana, y eso no supone
una disminución, sino al contrario, es el camino más directo para reconocer
su modernidad. Una modernidad que se plasma en el modo en el que, sin
renunciar a la sacralidad del icono, la figura lo suplanta. Si el icono
bizantino era hierático y estático, los personajes de Giotto son criaturas
vivas que gozan de la identidad entre realidad y verdad.
Es
cierto que el trabajo de un artista es inútil si no se encarna en una forma, si
no se estructura en un lenguaje y un estilo; pero la ética precede siempre a
la poética, y en Giotto, como en los demás artistas medievales, esta
precedencia era natural, provenía
por igual del corazón y de la inteligencia, se respiraba en el aire;
constituía un cruce sublime entre la Gracia y el oficio. Por esta razón, si
no se comprende la visión religiosa de Giotto, no puede interpretarse su
realización artística.
Conviene subrayar un hecho. En apenas cincuenta
años, y sin movernos de Italia, se produjeron tres “summae”: la filosófica de Tomás
de Aquino, la poética de Dante y la pictórica de Giotto. O quizá sería mejor
decir: una única “summa” en tres dimensiones.
La grandeza de Giotto tiene
mucho que ver con esta pertenencia a un pueblo. Como intuía Van Gogh: “Giotto
vivía inmerso en una civilización construida arquitectónicamente, en la que
cada individuo era una piedra y todos unidos formaban una sociedad monumental.
En cambio, nosotros vivimos en un anárquico abandono; estamos aislados”.
Apelar a la misericordia
En 1303 se puso la primera
piedra de la Capilla
Scrovegni , llamada también de la Arena por su proximidad al
anfiteatro romano. Se trataba de un terreno comprado por Enrico degli Scrovegni
para construir un palacio (hoy desaparecido) y la capilla anexa, que fue
consagrada dos años después.
La Capilla, dedicada a la
Virgen de la Anunciación, se concibió como obra de expiación, destinada a
contrarrestar los pecados de usura atribuidos al padre de Enrico, que le
granjearon su inclusión en el infierno de la Divina Comedia
de Dante. Desde su mismo origen, el edificio constituía una súplica de
misericordia, y sus paredes estaban repletas de narraciones que se erigían en
su más bella proclamación. Subrayando esa necesidad de redención, Benedicto
XI concedió una indulgencia a los visitantes de la Capilla.
La Capilla está completamente cubierta por frescos
que recorren toda la historia de la salvación, ejecutados entre 1304 y 1306.
Bajo una bóveda estrellada de un azul intenso se articulan las historias de San
Joaquín y Santa Ana, de la Virgen y de Jesús, que culminan con la
representación del Juicio Universal. Recuperando la tradición paleocristiana,
Giotto introduce las alegorías de las siete Virtudes y los siete Vicios
situándolos en posiciones contrapuestas.
Alumno de la naturaleza creada.
El cristianismo no es una doctrina, ni una
filosofía, ni una moral, sino el encuentro salvador con Cristo, Hijo de Dios.
Un acontecimiento que también cambió la historia de la pintura.
La certeza de la encarnación
provoca la pasión por la realidad, por lo natural, por lo tangible. Por eso la
pintura cristiana tiene la capacidad de hacer concreto lo abstracto, de
traducir lo sacro, pero también de divinizar lo humano.
En la pintura de Giotto puede percibirse la
sacralidad de la realidad y la cercanía de lo divino. Los personajes de la Historia Sagrada
cobran una extraordinaria corporeidad; el pintor los dotaba de rasgos humanos
que resultaban muy verosímiles, aproximando la Divinidad a la cotidianeidad.
Sus contemporáneos lo llamaban el alumno de la
Naturaleza, del Creador. Quizá esa devoción por la Naturaleza la había
desarrollado desde su infancia, transcurrida entre tierra cultivada y ganado
que él mismo pastoreaba de niño; seguramente aquel contacto le había mostrado
una belleza concreta que merecía ser representada como el ambiente de los
episodios evangélicos.
Tal era la necesidad de
naturalidad del pintor que, en su afán por llevar a su pintura cuanto formaba
parte de su entorno, recreó la estrella de Belén de su Adoración de los
pastores representando una aparición del cometa Halley coetánea a la
realización del fresco.
Las recientes restauraciones
desarrolladas en la Capilla han descubierto algunos “atrevimientos” técnicos
que insisten en este empeño por acercar la realidad a sus frescos, como la introducción
de pequeños fragmentos de espejo en algunas aureolas de manera que reflejasen
la luz, dotándolas así de una sacralidad más tangible.
Todo esto revela una necesidad
de enfatizar la naturaleza humana de Cristo y, a la vez, de posibilitar la
identificación del fiel con los personajes sagrados. En Huida a Egipto
consigue convertir al espectador en partícipe de una historia humana muy
cercana, incluso al introducir las vestimentas típicas de la gente popular de
principios del siglo XIV, o el arnés con que María sujeta a su Hijo; una
narración que implica en una escena plenamente familiar, sencilla, y a la vez
de una grandeza que impone al hombre la serenidad y la trascendencia.
Gestos que evangelizan
Sin menoscabo de su
fidelidad a la tradición, Giotto rompió con el convencionalismo bizantino, con
el hieratismo en los rostros, aproximándose a un mayor dramatismo, a una
representación más vital de los hechos. Conmueve contemplar la angustia de las
madres a las que les son arrebatados sus hijos en La matanza de los
inocentes. Ningún pintor hasta entonces había sabido captar el verismo en
las expresiones de un modo tan convincente.
Los rostros giottescos
transmiten una ligereza sin precedentes, un arte que expresa lo divino y lo
humano de una forma nueva. Los gestos que recoge (las manos cruzadas
sobre el pecho, el sobrecogimiento de los rostros, las manos elocuentes...) transmiten
el testimonio de una fe vivida que nunca deja indiferente al espectador.
Giotto, con una particular
maestría, sabía dotar los rostros de gestos muy expresivos, asociando incluso
los paisajes a los sentimientos de los personajes. En Lamentación sobre
Cristo muerto parecen oírse los gritos de dolor de los ángeles, el árbol no
tiene ni una sola hoja, no hay un hilo de hierba sobre la montaña rocosa, ni
siquiera aparece el sol.
Es impresionante el modo en
que crecen en expresividad las figuras de Giotto al acercarse al detalle, la
ternura que se desprende de cada perfil, la intensidad de las miradas, la
atención esmerada a las indumentarias, su afectuosa solicitud a cada pequeño
fragmento de sus composiciones.
Si el tiempo cuaresmal
invita a la contemplación, a paladear la belleza de la redención, la Capilla
de los Scrovegni constituye una ocasión
privilegiada para adentrarse en los Misterios de la historia de la
salvación, para escudriñar la propia historia, que, para todo cristiano, es
una historia de misericordia.
Revista Primer Día nº 36. Marzo 03
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