jueves, 2 de febrero de 2012

El sarcófago dogmático del Museo Vaticano



Pieza de especial interés es el conocido como Sarcófago dogmático (330-340) por su evidente significación doctrinal. Se encontró en los cimientos del baldaquino de San Pablo Extramuros y hoy está en el Museo Vaticano. Su iconografía porque es interesantísima. Las doce escenas que lo componen están abigarradas, obedeciendo al “horror vacui” característico de la etapa. En el registro superior, de izquierda a derecha, aparece en primer lugar la creación de Eva ¡con la Trinidad detrás! El Padre, sentado en la cátedra, es quien habla; el Hijo impone la mano sobre Eva (significando que todo se hace a través del Verbo encarnado) mientras mira a su Padre, de quien procede la fuerza creadora que Él ejecuta, y expresando que el hombre ha sido creado a imagen de Dios. El Espíritu Santo interviene tocando el respaldo de la silla del Padre, manifestando que la creación es obra de toda la Trinidad. A continuación, el relieve del Pecado original y la Distribución de los trabajos, en el que Cristo entrega a Adán las espigas (simbolizando el trabajo del campo) y a Eva una liebre (trabajo doméstico), separados por el árbol del bien y del mal con la serpiente enroscada, imagen del demonio tentador. La presencia de Cristo Logos entre Adán y Eva constituye un modo precioso de expresar ya desde el origen la promesa de salvación. Frente al pecado, Cristo les restituye la vida encomendándoles una tarea y una misión. Sin duda hay un “guiño” a los dogmas del Concilio de Nicea (325), en referencia a la consustancialidad de Cristo con el Padre. A continuación hay un medallón funerario (un clípeo con forma de concha) que muestra el retrato del matrimonio cuyos restos se encuentran en el sarcófago, vestidos con la típica indumentaria del siglo IV. Las cabezas apenas están esbozadas, atestiguando que no dio tiempo a personalizar el sarcófago. Estos sarcófagos se hacían en serie en talleres, y después se esculpían las imágenes de las personas adineradas que los compraban. Más a la derecha hay un Cristo taumaturgo con su vara recorriendo varios milagros: las tinajas de vino indican las Bodas de Caná, las manos posadas sobre cestos que llevan los apóstoles delatan el Milagro de los panes y los peces y, por último, la Resurrección de Lázaro, a quien Cristo toca con su vara mientras su hermana se postra a sus pies.

En el registro inferior aparece, de izquierda a derecha, la Epifanía. Los Reyes aparecen con el gorro frigio característico de los persas y la Virgen con el Niño en sus brazos sentada en un trono de mimbre. A su espalda está el profeta Balaam, el que anunció la estrella, y que con frecuencia acompaña a la Virgen en la iconografía paleocristiana. Significativamente, el trono de María coincide con el del Padre del registro superior, así como la figura acompañante a su espalda, que en el caso de Dios Padre era el Espíritu Santo, cuyo fruto es el Niño que Ella sienta en su regazo. Intencionadamente, justo después aparece Cristo curando a un ciego de nacimiento. Cristo es la luz que ha venido a iluminar la oscuridad. Hay paralelos también con el relieve ubicado sobre él: la serpiente había prometido falsamente “si coméis de ese árbol se abrirán vuestros ojos” (Gen 3, 5), pero Cristo abre los ojos a la verdadera luz. En el centro, está Daniel en el foso de los leones, junto a él la escena de Habacuc con la cesta de los panes y el ángel, y a su izquierda, aparece la Negación de Pedro, con el símbolo parlante del gallo. Tras él, el Prendimiento de Pedro y, para finalizar, Moisés-Pedro haciendo manar agua de la Roca. Hay un paralelismo entre las figuras de Pedro y Moisés, ya que Dios entrega a Moisés en el monte Sinaí los diez mandamientos (la antigua ley) y Cristo entrega a Pedro la nueva ley. Sí Moisés hizo brotar agua de la roca en el Horeb para dar de beber a su pueblo errante, Pedro la utilizó para bautizar a sus dos carceleros, Martín y Martiniano en la cárcel Mamertina de Roma, según cuentan los Apócrifos. Las escenas taumatúrgicas de Cristo del registro superior se corresponden con las de Pedro del registro inferior, así como el clípeo de los difuntos coincide con Daniel, cuya condena a morir fue superada por la intervención de Dios, en una evidente alusión a la resurrección de los ocupantes del sarcófago.

Las conclusiones teológicas son patentes: Cristo salva por la Eucaristía (vino de Caná, panes) y da la vida definitiva (Lázaro). Cristo salva por medio de su Iglesia (Bautismo, Pedro), como sucedió en el Antiguo Testamento a través de Habacuc. La primera creación ha sido reparada.

Está claro que este sarcófago expresa una nueva sensibilidad abordando temas como el misterio de la Trinidad o la Trilogía de San Pedro. En el siglo IV, el tema petrino adquiere una especial significación, coincidiendo con la insistencia teológica en la unidad de la Iglesia y en la cátedra de Pedro como su garante. Además, la historia de Pedro cobraba un significado esperanzador en relación con la polémica donatista. Si en el siglo II el montanismo afirmaba que algunos pecados no podían ser perdonados, los donatistas del siglo IV exigían que los apóstatas arrepentidos fueran rebautizados. Como todas las herejías, esta se apoyaba en criterios meramente humanos, ajenos a una justicia y misericordia divina sin moralismos. No era tanto un asunto teológico como de moral práctica que perturbaba la paz de la comunidad cristiana. Pero la doctrina del perdón incondicional se hacía carne en Pedro, el traidor a quien Cristo había entregado las llaves de la Iglesia. En los sarcófagos del siglo IV y V la escena del gallo se repite continuamente, así como la de la entrega de llaves y la del milagro de la fuente. Esta es la conocida como Trilogía de San Pedro.


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