Quizá
el mejor pintor de iconos de todos los tiempos es el monje ruso Andréi Rublev.
La evangelización de Rusia se había realizado en el siglo X gracias a los
patriarcas bizantinos. Junto con el Evangelio, transmitieron al pueblo ruso la
tradición iconográfica bizantina, y el icono adquirió rasgos distintivos. La
primera escuela de arte ruso se estableció en un monasterio de Kiev, pero a
fines del siglo XII se refugiará en Novgorod. Los siglos XIV y XV estarán
marcados por los rusos Teófanes el Griego y Rublev, quien comenzó siendo
asistente del maestro Teófanes, aunque será el típico caso en el que el
discípulo aventaje al maestro. Su particularidad estriba en que, si bien es
rigurosamente fiel a la tradición bizantina, a la vez se libera del excesivo
hieratismo, introduciendo cierta flexibilidad figurativa y una expresión más
dulce. Fue autor del famoso icono de la Santísima
Trinidad, un auténtico compendio de teología trinitaria que data de los
años 1420-30, y que en el Concilio de los Cien capítulos fue presentado como
modelo de la iconografía de la Trinidad.
A
partir de la escena de la Teofanía de Mambré, que recoge la visita de tres
personajes celestiales a Abraham y Sara (Gn 18, 1-15), el trasfondo es la
narración de la historia de la salvación. La escena presenta tres esbeltos
personajes (cuya proporción es catorce veces la medida de la cabeza) sentados
en torno a una mesa con una copa en medio. Aunque ha sido objeto de diversas
interpretaciones, esta es de las más convincentes: El personaje central resalta
por el intenso rojo de la túnica contrastado con el manto azul. Es imagen de Cristo,
por eso su cuello está descolocado, indicando que viene de un largo camino,
pero la estola dorada sobre su hombro derecho revela su dignidad y su gloria.
Mira hacia el ángel de su derecha, imagen de Dios Padre, vestido con túnica
azul y manto semitransparente y señalando con la mano al Hijo, quien a su vez
señala hacia la tercera figura, el Espíritu Santo, que lleva la túnica del
mismo color, pero con el manto verde. La parte superior del icono muestra una
casa, un árbol y una montaña, signos del Antiguo y del Nuevo Testamento. La
casa es el lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo (templo en el AT
y Jesús en el NT), el árbol es el lugar de la prueba (el del Edén en el AT y el
de la cruz en el NT) y la montaña es el lugar de la ley (la del Sinaí en el AT
y la del sermón de la montaña en el NT). Los tres personajes están
estructurados en forma circular. Un círculo exterior los enmarca y otro
interior, señalado por el borde de la manga del personaje central, profundiza
el movimiento circular que conduce nuestra mirada de una figura a otra. Por
otra parte, las bases de los sitiales forman un octógono, mientras que las
siluetas de los personajes laterales dibujan una copa que reproduce la copa central, signo eucarístico que
representa al personaje central. La estructura triangular está presente uniendo
los extremos de la mesa al punto sobre la cabeza de Cristo. En su centro, la
cruz actúa como eje de la composición. Al mismo tiempo, la perspectiva
invertida y la estructura espacial cóncava nos invita a entrar en el icono para
participar de la mesa y la copa. ¿No transmite un dinamismo contagioso?
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