TOCAR LA
RESURRECCIÓN
Sobre
el lienzo de En este tiempo litúrgico, esta pintura del barroco italiano
muestra la imagen de un Dios compasivo que, frente a nuestra debilidad, nos ofrece cada Pascua el costado abierto de su Hijo para que podamos hundir en él nuestros dedos. Con ello nos certifica la veracidad de su amor por el hombre y la certeza de la Resurrección.
Una pintura
religiosa muy peculiar
La representación realista es una clave de la pintura
de Caravaggio, así como la elección de modelos populares, pero su auténtica
aportación consiste en aplicar este planteamiento a las escenas de la Historia Sagrada ,
conformando un discurso teológico novedoso.
Su ausencia de convencionalismos, las sospechas de
faltas al decoro, y el desinterés por situar la obra en su contexto histórico
eran algunas de las acusaciones de los críticos de su tiempo. Sin embargo, hoy
son precisamente esos rasgos los que hacen su pintura religiosa atemporal y
eterna, moderna en sus concepciones y extraordinariamente expresiva.
La supuesta “irreverencia” de Michelangelo Merisi
(apodado “Caravaggio” por su lugar de nacimiento) consistía en atreverse a
pintar a una mujer vulgar muerta para representar a la Virgen en su “Dormición”, o en vestir a los
apóstoles con atuendos barrocos, además de la práctica de un realismo que
algunos consideraban inadecuado por excesivo.
Pero a pesar de los recelos de sus contemporáneos,
Caravaggio nunca trasgredía la normativa religiosa o teológica; el factor
disonante lo constituía más bien el lenguaje que el artista empleaba.
Sin embargo, aquí estribaba su mayor logro, porque
mientras que la
Historia Sagrada permaneciera en un mundo de modelos
idealizados, actitudes nobles y retórica elevada, la capacidad transformadora
de la realidad inherente al cristianismo quedaba en un segundo plano.
Lo cierto es que Michelangelo conoció a través de su
padre (un alto funcionario de la corte de Caravaggio), todo el círculo
intelectual próximo al humanismo propiciado por Sixto V y a la Reforma
católica. Entre estas familias de protectores se encontraban los Borromeo. De
hecho, Caravaggio fue aprendiz del pintor predilecto de San Carlos Borromeo, y
gracias a él se familiarizó con los postulados de la Reforma tridentina.
Caravaggio volvió del revés el pietismo de la época
para centrarse en los pecadores y los desgraciados, quizá porque su
personalidad difícil y su vida controvertida y trágica le hacían más fácil la
identificación con estos modelos. También puede
intuirse una segunda razón que reside en el contacto del pintor con el entorno
de S. Felipe Neri y los oratonianos (congregación religiosa suscitada por él y
aún viva), quienes desatendían protocolos eclesiásticos para volcarse en su
vocación por los desheredados.
Aún más debió influenciarle la herencia de S. Carlos
Borromeo, quien planteaba la Pasión de Jesús como un misterio que está
sucediendo en la vida diaria a cada instante, como configuración mítica, pero
reveladora del propio existir. La salvación se ganaba cada minuto, y por lo tanto, reflexionar
sobre un tema de las Sagradas Escrituras no era pura especulación, sino algo
que actuaba sobre el propio presente.
La escena
Este lienzo, que se encuentra en el
Neues Palais de Postdam, destaca por su esencialidad. Dejando el fondo oscuro y
vacío, el pintor enfatiza la presencia de los personajes, cuyos rostros y
atuendos revelan la preferencia evangélica por los desposeídos.
Resulta muy interesante el estudio de la iluminación. En
este óleo, la luz funciona como un espacio autónomo, como un personaje más, y
como tiempo, pues introduce el ritmo narrativo.
La luz caravaggiesca simboliza siempre
la presencia de lo sobrenatural, de lo divino, de acuerdo con la metafísica de
la luz de Platón o S. Agustín: Dios es la luz.
La escena ilustra con gran verismo la
narración de Jn 20, 24-29, mostrando el momento en que Tomás introduce su dedo
en la llaga del costado de Cristo. Un hecho que podría parecer prosaico,
constituye la mayor prueba física del reconocimiento de Cristo, la definitiva
demostración de su regreso desde el reino de los muertos.
El pintor ejecuta una composición que converge en la
llaga, de tal modo que la atención de los personajes del lienzo y la de los
espectadores se ve irremisiblemente atraída por esta prueba física.
Por medio del dedo de Tomás, el
espectador toca el costado de Cristo. Su herida es al mismo tiempo el punto
sensible del cuadro y el elemento que cristaliza el sentido profundo del tema.
El habitual naturalismo descarnado de
Caravaggio se vuelve aquí casi de sentido científico: la luz fría cae en
fogonazos irregulares sobre las figuras, iluminando el cuerpo de Cristo con un
tono macilento, que le hace aparecer como un cadáver, envuelto aún en el
sudario (no es una túnica).
La forma de pintarlo no deja lugar a
dudas de que Jesús ha estado en el reino de los muertos, y que a pesar de ello,
ha vuelto.
Por otra parte, es impresionante el realismo con el que el
artista retrata a Tomás, con la frente y el cuello en tensión ante la
comprobación del milagro. La ropa raída y la tosquedad de los rostros desvelan
un discurso teológico muy concreto, centrado en los humildes.
Una incredulidad legítima
Limitándonos a una interpretación superficial, podría
parecer que este relato evangélico de la incredulidad de Tomás le ha hecho un
flaco favor a la imagen del Santo, quien aparece con una actitud de desconfianza y recelo; tras un análisis más
profundo se desvela que la intención de la narración hay que entenderla en
clave catequética: predicar la fe ciega,
la confianza absoluta en la promesa de salvación.
Sin embargo, hay que advertir que la
petición de Tomás de meter el dedo en la llaga es absolutamente legítima. El no
estaba allí cuando apareció Cristo resucitado. El no había sido testigo de la
Resurrección... y necesitaba tocarla.
Esa es también mi experiencia pascual,
y creo que la de muchos cristianos; que a pesar de haber visto tantas veces
aparecer a Cristo en nuestras vidas, necesitamos cada Pascua que vuelva a
hacerse presente su Resurrección, que nos permita tocar sus llagas en la
Eucaristía.
Por eso Dios se hizo carne, para poder
ofrecernos un cuerpo palpable, para que la fe no fuese una abstracción sino
fruto de la presencia de un Cristo histórico, corpóreo.
De forma sutil, el óleo refleja que la duda no es
exclusiva de Tomás, y lo evidencia presentando a dos apóstoles que se acercan
descaradamente para verificar “la prueba”, como si ellos también necesitaran
cerciorarse.
El Cristo de Caravaggio también parece
asumir con comprensión la actitud del Santo, porque El mismo coge la mano de
Tomás para dirigirla al costado herido. Es como si quisiera acompañarlo, y
también a nosotros, en un hallazgo que escapa a la capacidad humana de
comprensión.
Resulta muy revelador que la prueba que Cristo
presenta de su Resurrección es una referencia a la Cruz. Así , la prueba de
la crucifixión se convierte en la prueba de la Resurrección.
No en vano la Pascua es un misterio que
une muerte y vida. Ese es el motivo de nuestra alegría, celebramos que, a pesar
de conocer nuestras dudas y nuestras muertes diarias, Cristo mismo toma nuestra
mano y la conduce hasta hendirla en su cuerpo llagado, para hacernos descubrir
que la muerte está vencida.
Revista Primer Día nº 26. Abril 2002
Gracias por explicar tan bellamente esta sublime obra. Muchísimas gracias.
ResponderEliminar